El pasado quince de noviembre fue para muchos un día más de oficina entre papeles y el tráfico, o quizás un sin número de clases y deberes hasta el inicio de la noche. Todo fue igual: nada fuera de lo común. Ese día hace 86 años se produjo una de las masacres masivas más terribles de la historia ecuatoriana.
En 1922, bajo el régimen de José Luís Tamayo, la situación económica del país era muy difícil, como consecuencia de la Primera Guerra mundial, la caída del precio del cacao de 26 a 9 centavos en dos años, falta de divisas y exportaciones, el incremento del precio del dólar, la devaluación del sucre, rebajas de los salarios a los trabajadores y la excesiva explotación la que eran sometidos los proletarios del campo y la ciudad. Como hoy pero peor.
Por ello, el 17 de Octubre del mismo año, en Guayaquil, los trabajadores de varios sectores -panaderos, empleadas, vagoneros, cocineras, lavanderas, carpinteros, estibadores, cacahueros, tipógrafos, plomeros, levantaron su voz de queja, buscando: la reducción de horas laborales y el aumento de los sueldos, pero no fueron escuchados.
El gobierno estaba ciego, la gente desesperada y las protestas en su punto más incandescente. El 13 de noviembre los trabajadores se reunieron y decidieron declarar el paro general y establecieron un plazo de 24 horas para que sus peticiones fueran respondidas.
Pasaron las horas, llegó el alba del 15 de noviembre y Tamayo seguía callado como si no sucediera nada, por ello más de treinta mil personas, se movilizaron hasta las calles Pedro Carbo y Clemente Ballén, en busca del gobernador de ese entonces Jorge Pareja en horas de la mañana, sin encontrar resultados favorables a sus demandas. El reloj marcaba casi las dos, y tal vez muertos del hambre y del cansancio, siguieron el camino del silencio y la injusticia hasta llegar a la Avenida Olmedo, donde se encontraron con la represión; policías y militares esperaban armados desde puntos estratégicos a los trabajadores.
De repente una orden: fuego -una casería humana- sonaron los disparos y la gente comenzó a correr, pero muchos no lograron refugiarse y perdieron la vida en medio de la calle. Cientos de personas murieron al contado, otros padecieron una agonía constante por casi una hora de combate, donde solo el poder estaba armado.
Niños, mujeres, hombres y ancianos sumaron un total de 200 muertos, de los cuales sólo 94 cuerpos fueron reconocidos. Se recogieron como si fuera basura y se arrojaron al río Guayas, al zanjón del cementerio general, el nuevo Nilo.
Caída la noche, los sobrevivientes, entre ellos el doctor Julián Lara Calderón, dejaron de lado el miedo, el susto, la angustia y el recuerdo para ayudar a lo heridos que aún quedaban en la calles de la urbe. Dieron primeros auxilios a muchísimas personas, pero ni ellos ni otros especialistas pudieron curar la herida que les causaron en el alma.
No todos murieron, algunos han tenido que vivir con la imagen del ataque y de sus compañeros agonizando. Otro de los sobrevivientes fue José Ignacio Guzmán Silva, en ese tiempo plomero de 22 años, que buscaba una vida más justa para el eje de la producción ecuatoriana y terminar con los abusos de las clases dominantes. Pero que solo logró vivir una de las experiencias más terribles de su vida.
Hasta hoy, las injusticias sociales han marcado la normativa de la sociedad ecuatoriana, para muestra un botón: El pasado 31 de julio, cientos de estudiantes manifestaron en Guayaquil en rechazo del proyecto de Ley de Educación Superior, la manifestación dejó varios heridos tras la intervención policial; este es uno de tantos enfrentamientos violentos entre el poder y el pueblo, entre quienes tienen el dinero y quienes lo producen, que hasta el día de hoy evidenciamos en nuestro país.
El domingo 15 de novimbre del 2009, no dejó de ser un fin de semana común y corriente, pero deberíamos recordar que muchas personas murieron en la búsqueda de igualdad de derechos. Tal vez mataron a muchos trabajadores pero jamás mataran la fuerza del pueblo por conseguir lo que quiere, por encontrar justicia y equidad en un modelo que los explota, somete y subyuga.
Bibliografía:
En 1922, bajo el régimen de José Luís Tamayo, la situación económica del país era muy difícil, como consecuencia de la Primera Guerra mundial, la caída del precio del cacao de 26 a 9 centavos en dos años, falta de divisas y exportaciones, el incremento del precio del dólar, la devaluación del sucre, rebajas de los salarios a los trabajadores y la excesiva explotación la que eran sometidos los proletarios del campo y la ciudad. Como hoy pero peor.
Por ello, el 17 de Octubre del mismo año, en Guayaquil, los trabajadores de varios sectores -panaderos, empleadas, vagoneros, cocineras, lavanderas, carpinteros, estibadores, cacahueros, tipógrafos, plomeros, levantaron su voz de queja, buscando: la reducción de horas laborales y el aumento de los sueldos, pero no fueron escuchados.
El gobierno estaba ciego, la gente desesperada y las protestas en su punto más incandescente. El 13 de noviembre los trabajadores se reunieron y decidieron declarar el paro general y establecieron un plazo de 24 horas para que sus peticiones fueran respondidas.
Pasaron las horas, llegó el alba del 15 de noviembre y Tamayo seguía callado como si no sucediera nada, por ello más de treinta mil personas, se movilizaron hasta las calles Pedro Carbo y Clemente Ballén, en busca del gobernador de ese entonces Jorge Pareja en horas de la mañana, sin encontrar resultados favorables a sus demandas. El reloj marcaba casi las dos, y tal vez muertos del hambre y del cansancio, siguieron el camino del silencio y la injusticia hasta llegar a la Avenida Olmedo, donde se encontraron con la represión; policías y militares esperaban armados desde puntos estratégicos a los trabajadores.
De repente una orden: fuego -una casería humana- sonaron los disparos y la gente comenzó a correr, pero muchos no lograron refugiarse y perdieron la vida en medio de la calle. Cientos de personas murieron al contado, otros padecieron una agonía constante por casi una hora de combate, donde solo el poder estaba armado.
Niños, mujeres, hombres y ancianos sumaron un total de 200 muertos, de los cuales sólo 94 cuerpos fueron reconocidos. Se recogieron como si fuera basura y se arrojaron al río Guayas, al zanjón del cementerio general, el nuevo Nilo.
Caída la noche, los sobrevivientes, entre ellos el doctor Julián Lara Calderón, dejaron de lado el miedo, el susto, la angustia y el recuerdo para ayudar a lo heridos que aún quedaban en la calles de la urbe. Dieron primeros auxilios a muchísimas personas, pero ni ellos ni otros especialistas pudieron curar la herida que les causaron en el alma.
No todos murieron, algunos han tenido que vivir con la imagen del ataque y de sus compañeros agonizando. Otro de los sobrevivientes fue José Ignacio Guzmán Silva, en ese tiempo plomero de 22 años, que buscaba una vida más justa para el eje de la producción ecuatoriana y terminar con los abusos de las clases dominantes. Pero que solo logró vivir una de las experiencias más terribles de su vida.
Hasta hoy, las injusticias sociales han marcado la normativa de la sociedad ecuatoriana, para muestra un botón: El pasado 31 de julio, cientos de estudiantes manifestaron en Guayaquil en rechazo del proyecto de Ley de Educación Superior, la manifestación dejó varios heridos tras la intervención policial; este es uno de tantos enfrentamientos violentos entre el poder y el pueblo, entre quienes tienen el dinero y quienes lo producen, que hasta el día de hoy evidenciamos en nuestro país.
El domingo 15 de novimbre del 2009, no dejó de ser un fin de semana común y corriente, pero deberíamos recordar que muchas personas murieron en la búsqueda de igualdad de derechos. Tal vez mataron a muchos trabajadores pero jamás mataran la fuerza del pueblo por conseguir lo que quiere, por encontrar justicia y equidad en un modelo que los explota, somete y subyuga.
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